En su cabeza

Se lo decían mucho en las últimas semanas y la verdad es que ya le cansaba la misma cancioncita: ¡Qué no te enteras: que te entra por un oído y te sale por el otro...!

Pero no era falta de atención, ni intención. Lo que le ocurría realmente es que su cabeza se dedicaba a un único pensamiento. No cabían más ideas, planes ni proyectos. No podía pensar en otra cosa. En su cabeza solo había lugar para Ella.
No se conocían. Posiblemente habían coincidido en la misma habitación un par de veces. Sin palabras, sin verse apenas más que de reojo un segundo o tal vez dos. Tampoco tenía la certeza de dónde había sido. Seguramente habría ocurrido en la urba, en su propia casa, o tal vez quizá en la sala de siestas de la empresa. No recordaba esa primera vez, pero sentía como si hubiese sido premiado con la aparición de un ser mágico. Sin duda el guiño de un hada. Como fuere que hubiese sucedido, ahora no se la podía sacar de la cabeza.
Su voz. ¿Había oído su voz? No lo sabía, pero no le importaba. Él pensaba que sí, y eso era suficiente para imaginar cómo cantaba. La imaginaba dulce, sensual. Como esas voces maravillosas de la radio que te acompañan en una tarde de verano mientras vas con tu coche camino a la oficina. Creía recordar que ella le había llamado por su nombre, y estaba casi seguro de él que le había sonreído como respuesta. Al menos, así lo esperaba. Recreaba el momento y en su recuerdo parecía perfecto.
La chica ahora estaba en su cabeza. Hablaba con ellas horas interminables en sueños. Y cuando despertaba descubría que no habían pasado horas, sino días. Inventaba recuerdos de ella y con ellos a veces se sonreía, a veces lloraba. Empezó a dormir despierto, a soñar conversaciones que nunca terminaban.
Fue ganando tantos recuerdos de ella, que terminó por olvidar los suyos propios. Momentos que alguna vez recordó entrañables, con su familia, con sus padres y abuelos, con sus amigos del colegio y de la infancia, fueron desapareciendo por otros nuevos, viejos recuerdos de ella, en los que curiosamente él también se veía a sí mismo formando parte de aquellos momentos pasados.
Olvidó sus compromisos, sus reuniones, y hasta cómo hacer su trabajo. Olvidó salir de casa. Y empezó a consumir los días más dormido que despierto. Hablando solo. Hablando con unos recuerdos que no eran los suyos. 

Sin amigos, sin trabajo, una tarde se quedó absorto frente a la tele. Tumbado, frente al aparato encendido que escupía sus noticiarios, la cabeza en el brazo del sofá de escay. No dormía. Intentaba recordar. Tenía la intuición de que su vida no siempre había sido así. Y oyó su nombre. Escuchó la voz de Ella que cantaba y le llamaba por su nombre. La vio.
Enfundada en un traje rojo, con bolsas en sus manos, su larga melena suelta sobre su espalda. Apareció diminuta en la distancia de la habitación y se acercó al sofá. Él no se movió. Permaneció atento estudiando sus movimientos. Ella se acercó, tiró las bolsas que llevaba junto a su cabeza, trepó por el sofá, y se situó frente a sus ojos. Movió los brazos como el aleteo de una mariposa y le miró fijamente. Cogió las bolsas y las lanzó más arriba hasta su cara. Se enganchó a su nariz y continuó trepando hasta llegar a su oreja.
Todavía inmóvil, temeroso de moverse, él pudo sentir como ella echaba las bolsas por su oído derecho y luego Ella saltaba dentro. No tardó en volver a verla por detrás de sus ojos con aquel mismo movimiento estúpido de brazos.
Por primera vez notó como le aparecían de nuevo más recuerdos que no eran suyos, para notar a continuación como Ella sacaba algo de su cabeza por allí mismo, por su oído.

Parpadeó. Se peñizcó el brazo con su mano y comprendió que no dormía. No soñaba. No podía pensar en nada que no fuera Ella. Porque ella vivía en su cabeza.

En su cabeza


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