Karoshi: La muerte de los capaces

La explosión sobrevino sin aviso y me dejó petrificado sobre mi silla. Y sin embargo, tras el primer instante, no fue el sonido, que en realidad casi no existió, sino el velo rojo que copó nuestra visión lo que más nos sorprendió. Todos conocíamos la naturaleza de estas explosiones, pero como siempre ocurre, nadie espera nunca ser protagonista de estos sucesos.

Con las manos temblorosas, necesité concentrarme para marcar el número de emergencias. La policía llegó en pocos minutos y enseguida nos separó para empezar a interrogarnos uno a uno. A mí me llamaron de los primeros, porque él ocupaba el escritorio contiguo. Así que les conté todo lo que sabía desde el principio. Él era mi amigo.

....

Yo hacía casi tres meses que estaba trabajando en aquellas oficinas. El trabajo no era gran cosa, pero lo necesitaba. Me preparé a conciencia y superé aquellas preguntas estúpidas de la encargada de personal, que más se parecían al cuestionario de un concurso de la tele que a una entrevista de trabajo. Luego, en mi nuevo e infame puesto, fue donde conocí a Marcus R. Kti, mi compañero de escritorio. Otro excelente profesional sobrecualificado que había tenido que aceptar aquella estafa de empleo.

Kti era una persona reservada. Un tipo serio y distante que siempre permanecía callado y ausente de las sesiones maratonianas de auténtico trabajo. Tardes en las que nos llegaban cientos de notas manuscritas que debíamos transcribir con carácter profesional para lograr las ventas de clientes casi tan desesperados como nosotros por conseguir bonos de comida, energía o recursos varios.

Todo fue bien hasta que empecé a notar algo extraño en mi compañero. Yo me había formado como biólogo―empático y eso me daba la capacidad de conocer cómo de diferente era mi nuevo amigo del resto de personas. Porque Marcus no era humano. Físicamente podía aparentar ser una persona como tantas otras. Complexión delgada, brazos finos, enormes gafas de policarbonato negro y una mirada siempre perdida. Pocas semanas trabajando con él me bastaron para descubrir su verdad. Porque en cuanto el trabajo se tornaba más agobiante, el semblante de mi compañero cambiaba y su rostro se transformaba casi en otra persona. Su miraba brillaba al ritmo de sus dedos bailando acompasadamente sobre el teclado. Su boca se arqueaba formando una sutil sonrisa y detrás de su frente, aún en la distancia, casi se podía escuchar el atronador pulso de sus pensamientos. Marcus era un areté, y yo no fui el único que se percató de ello.

Gallach Mischa, nuestro jefe de sección también se apercibió pronto de la condición de Kti. Mischa era un tirano, el típico jefe que no permitía que dejaras ni un papel sin ordenar sobre la mesa al final de la jornada: "ordenen sus escritorios antes de salir y no olviden poner la capucha a sus bolígrafos", solía decir todos los días. Menudo sargento era este tipo. "Espero que ustedes no sean de esos que se dejan los subrayadores sin su tapa para que se sequen y se echen a perder...". "¿Otro paquete de folios, señor Kti? Luego me dirán que les preocupa la deforestación del planeta..." y otras cosas así nos solía soltar.

Al principio Marcus y yo realizábamos las mismas tareas. Pero pronto Gallach debió descubrir lo especial que era Kti y me asignó la supervisión de mi compañero. Así, convertido yo en una especie de encargado, mi misión era procurar que mi colega tuviese siempre su mesa atestada de trabajo.

Me pregunto ahora desde la perspectiva que siempre da el paso del tiempo, cómo es posible que yo no entendiera antes cuál era mi verdadero papel en aquella mesa. Porque mi trabajo consistía en preparar y pasarle más trabajo a mi compañero, pero en ningún caso adelantar ni liberarle de ninguna tarea asignada. Todo porque Marcus R. Kti era un areté, un virtuoso, un capaz. Una persona con la facultad de realizar cualquier trabajo de forma ordenada y eficiente.

Los areteia son seres superiores a los humanos. Pero tienen una limitación importante. Y es que solo se desata su potencial cuando están saturados de trabajo. Quizá por eso las empresas buscan abusones como al incapaz de nuestro jefe. Una persona que a todas luces disfrutaba llenando nuestro escritorio de más y más órdenes de trabajo.

Así que mi jefe Gallach además de un incapaz era un abusón. Y entre el abusón y el capaz estoy me contrataron a mí, tal vez una especie de colaborador. Una pieza necesaria como puente, para asegurar que la mesa de mi compañero siempre estuviese rebosante de trabajo.


El policía, que había mantenido silencio durante todo mi relato, escuchando con atención y los brazos apoyados sobre la mesa, se echó hacia atrás cuando terminé. Estaba serio o triste quizás, y parecía que asentía con la cabeza.

― Nos ha ayudado mucho ―me dijo por fin―. Pero usted se equivoca en dos detalles.

―¿Cómo dice? 

―Todos los días nos encontramos casos como el suyo. Aretés manipulados por abusones e incapaces. 

―Sí, mi jefe. Es lo que le he dicho.

El policía me miraba fijamente sin pestañear mientras yo todavía no entendía bien lo que quería decir.

―A menudo los incapaces son tan incapaces que ni siquiera son abusones ―continuó―. Como su jefe. En muchas ocasiones son manipuladores. Y en muchos casos de areteia a los que les explota la cabeza por acumulación de trabajo, intervienen al menos dos personas. Su jefe era sin duda el incapaz.

―¿Quiere decir…?

―Que usted fue el abusón. Usted fue quien llenó de tareas la mesa de su compañero hasta que él explotó. Otro areteia que muere por karoshi. Literalmente, por exceso de trabajo.

Head explosion Michael Ironside in Scanners (David Cronenberg, 1981)
Michael Ironside en Scanners (David Cronenberg, 1981)

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