Pegado a las sábanas

Era temprano. No sabía cuánto. Pero era hora de levantarse. O eso parecía. 
Abrió el ojo izquierdo con desgana y vio que ya había salido el sol. Otro día. Otro más. Las contraventanas estaban echadas y se colaban rendijas del día que empezaba por los huecos de la ventana. 
El día anterior había trabajado hasta tarde y cuando volvió a casa encontró un plato de espaguetis listo para calentar en el microondas. Ajustó el aparato a dos minutos de calor cancerígenos y mientras se metió en la ducha. Luego, todavía envuelto en la toalla, se conectó un momento al Diablo III. 
Tres horas después decidió que era momento de acostarse. Se fue para la cama y recordó que los espaguetis seguían en el microondas, recalentados otro día más.
Conectó la radio mientras se metía en la cama y se quedó dormido con el inicio de la sintonía del Canto del Grillo.
Despierto ahora, eso era todo lo que recordaba. Le dolían los ojos incluso apretando los párpados y moviéndolos en círculo sin abrirlos. Se mojó los labios. Había dormido boca arriba y estaba seguro de que había roncado. Tenía la boca seca y le picaba un poco la garganta. Le dolían los brazos. Hacía años que solo podía dormir con los brazos y las piernas cruzadas, boca arriba, y casi siempre despertaba en la misma posición con la que se echaba. No dormía mucho, pero las pocas horas que pasaba en esa postura sin moverse toda la noche, a menudo le provocaba dolores musculares en todo el cuerpo.
Arqueó la espalda bajo las sábanas y escuchó claramente cómo le crujían sucesivamente hasta tres vértebras. Empujó entonces los hombros hacia adelante mientras metía el culo hundiendo el colchón, y le crujió otra más. Resopló satisfecho. 
Había refrescado y se notaba la nariz fría. Levantó ligeramente la cabeza de la almohada y sonrió para sí al comprobar que todavía tenía la manta de lana sobre los pies. Miró al techo fijamente. Luego paseó la vista por la habitación. En el centro de la habitación colgaba una lámpara de cristal verde. No era verde oscuro. Era verde sucio. Se le ocurrió como todas las mañanas en los últimos cuatro años, que el fin de semana sería un buen momento para limpiarla. La miró fijamente y calculó visualmente si el cristal le caería sobre el estómago o un poco más abajo, si se soltase del techo.
Giró la cabeza y miró el despertador. Lo había debido mover antes de acostarse y ahora no podía ver la hora. Suficiente. Decidió que no iba a dormir más y que debía levantarse. Intentó moverse. Los brazos, las piernas, intentó deshacer sus cruces y se dio cuenta entonces que no podía moverse. La manta y la colcha que hacía un momento le habían parecido cálidas y suaves ahora le retenían con fuerza a la cama. Una fuerza invisible le retenía comprimiendo sus músculos, todo su cuerpo, aprisionado sobre el colchón.
Intentó revolverse. Agitarse. Sacudirse las sábanas. No era posible. Era hora de levantarse y se había quedado pegado a las sábanas. Para siempre.

Pegado a las sábanas
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