La escalera

Hacía años que vivía en el mismo apartamento y todavía no se había acostumbrado a subir y bajar las escaleras. Sobre todo a subirlas. Y las odiaba. En la vieja finca donde vivía no cabía un ascensor en el hueco de la escalera, solo un pequeño espacio para asomar la cabeza. Todos los días subía las escaleras a su casa. También las bajaba, y luego volvía a subirlas. Dos tramos de ocho peldaños conducían a cada piso. En total sesenta y cuatro escalones para subir y bajar. Todos los días… Y algunos días varias veces al día. «No es un cuarto piso, sino un tercero» le dijeron con sorna cuando se mudó, porque no había viviendas en el primer piso. Era un piso ciego cerrado con tabiques que tenía su propia entrada desde otro portal. No le gustaban mucho las escaleras, pero era terror lo que sentía en aquel rellano sin puertas. Aquel día, Asa llegó temprano a casa. Introdujo la llave correspondiente en la cerradura de la calle, sincronizó su pie para empujar y abrió la puerta mientras la mano giraba la llave en el bombín. La puerta era de hierro forjado y pesaba una tonelada. Rápidamente se dirigió hacia las escaleras. Uno, dos… Estaba a punto de alcanzar el tercer escalón cuando se detuvo en seco. Sonrió un momento y bajó los escalones que acababa de subir. Desanduvo un par de pasos más allá y sin dejar de tintinear las llaves abrió la pequeña portezuela del buzón en el que figuraba su nombre. Luego metió la mano en el casillero y retiró dos folletos de publicidad. Uno era de una tienda de sofás y el otro de una conocida pizzería. Silencio. No se oía nada. Miró con sigilo hacia la calle y se mantuvo inmóvil aguzando el oído, cogiendo con fuerza las llaves para que no hiciesen ningún ruido. Solo el rumor del minutero de la luz susurraba un tenue tac-tac oculto en el rellano. Miró de nuevo hacia las escaleras y esperó un momento. No se oía a nadie. No había nadie. Volvió a comprobar la escalera y rápidamente metió en el buzón del segundo B los folletos de publicidad. Iba a cerrar ya la pequeña puerta cuando observó que al fondo había dejado algo. Era una nota de papel mal recortada, escrita a mano y fotocopiada. Leyó rápidamente el texto, exhaló un resoplo de fastidio y lo tiró a la papelera que había bajo los buzones. Se giró y se marchó tan rápido que no pudo ver cómo la pequeña nota planeaba y caía lentamente al suelo, detrás de la papelera. Uno, dos… empezó de nuevo a subir los escalones. Su pie dominante era el derecho y con él iniciaba siempre la marcha. Tres, cuatro… Al pie derecho le seguía el izquierdo, y al subir marcaba el ritmo con las pisadas. Cinco, seis… Desde el primer día no había podido evitar contar los escalones. Siete, ocho... Primer tramo completado. Giró a la derecha y comenzó a contar de nuevo. Uno, dos… Era raro pensar que debía ser bueno subir tantos escalones. Tres, cuatro… Y aunque lo cierto era que nunca le había gustado hacer deporte... cinco, seis… se sonreía pensando que eso podía considerarse ejercicio. Siete, ocho… El eco de las llaves resonaba por las escaleras vacías. El maldito primer piso ya estaba superado. Uno, dos... A mitad del siguiente tramo siempre se apagaban las luces... Tres, cuatro... Eso era algo que había aprendido rápidamente... Cinco, seis... Apretó el pulsador para no quedarse a oscuras en medio de las escaleras. Siete, ocho. Giró a la derecha y continuó subiendo. Uno, dos… Tenía que cambiar de apartamento. Tres, cuatro… Buscar otro más cerca del trabajo. Cinco, seis… Algo más grande, más nuevo… Siete, ocho… Y con ascensor. Inconscientemente su vista pasó por encima del letrero del rellano. Leyó las letras y se detuvo con extrañeza. Sus ojos bailaron un momento de izquierda a derecha en sus órbitas. Juntó las cejas y proyectó los labios hacia afuera, como si quisiera besar el vacío. Leyó de nuevo la placa: «Primer piso». Se asomó a la escalera y miró hacia abajo y luego hacia arriba. No había puertas en aquel rellano. Agitó su cabeza negando lo que era obvio y volvió a iniciar su marcha con curiosidad. Uno, dos… «Qué extraño...» pensó. Tres, cuatro… «Qué extraño...» Cinco, seis… Aceleró sus pasos en los siguientes peldaños. Siete y ocho. Otro tramo completado. Uno, dos, tres… Más rápido. Cuatro, cinco, seis… Los dos últimos peldaños los subió de un salto. Siete y ocho. «Primer piso» volvió a leer. No había puertas. «¿Qué...? ¿Cómo es posible?» Uno, dos, tres, cuatro… Subió los peldaños de dos en dos… Cinco, seis, siete, ocho... Giró el rellano y continuó subiendo. Uno, dos, tres, cuatro… Sentía sus nervios. Sentía cómo aumentaba su respiración… Cinco, seis, siete, ocho... Cómo crecía su ansiedad. «Primer piso». Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… Decidió bajar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… Bajaba los escalones casi saltándolos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… Sus pasos definían un ritmo firme y acompasado. Bajó varios tramos más sin desviar la atención de sus pies y del sonido que marcaban. No quería resbalar y caerse. Por fin se detuvo de nuevo. La luz de la escalera se había apagado. Tanteó con las manos la pared buscando el interruptor. Con miedo se mordió el labio inferior y respirando profundamente pulsó el botón mientras repetía: «Por favor, por favor, por favor...» «Primer piso». «Primer piso». «Primer piso». «Primer piso». Continúo bajando y subiendo aquellos escalones algunos minutos sin ver otra cosa que aquel letrero. Un piso ciego, en el que no había puertas ni salida. Solo escaleras para subir y para bajar. Gritó. Luego pasaron horas. Lloró. Luego llegó el día siguiente.

… … … … …
Los jueves limpiaban la finca. La comunidad tenía contratada a una persona para limpiar el portal. Fregaba la escalera y sacudía los felpudos de los vecinos. También cambiaba la bolsa de basura de la papelera. Aquel jueves no se veía llena, pero eso daba igual. Parecía que solo habían tirado algunos folletos de publicidad y algunas notas escritas a mano. En el suelo, junto al cubo había una de esas notas fotocopiadas. Cogió el trozo de papel y no pudo evitar sonreír al leerlo. Hizo una pelota y la tiró a la bolsa negra con todas las demás:
«Maestro Sísifo. Gran chamán. Vidente. Eficacia y garantía. Mis poderosos espíritus controlarán tus miedos. Te consigo amor, trabajo, dinero. También si quieres suerte o aprobar exámenes…. Garantizado. No me tires al suelo. Comparte esto con tus amigos.»



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