El último autobús

Era un día cualquiera entre semana y volvía tarde a casa. Muy tarde.
Estaba cansado y todavía tenía que parar para hacer la compra, preparar la cena de esa noche y la comida del día siguiente. No me apetecía leer como habitualmente hacía todos los días en el bus y había dejado el papyre en su funda. Así que me distraía mirando la nada por la ventana, dejando pasar ante mí las paradas, inmerso en el vacío de mi pensamiento.


Un reflejo en el cristal atrajo entonces mi atención hacia ella. Una chica sentada frente a mi ventana, perpendicular en el sentido de la marcha, y junto a una de las puertas de salida. Parecía que jugaba con su móvil. Me giré hacia ella para mirarla directamente y nuestros ojos coincidieron. De mi edad, tal vez más joven, pelo largo sobre los hombros. Vestía con vaqueros y una camiseta negra de los Stone. Llevaba unos pequeños auriculares fucsia y parecía que marcaba el ritmo de lo que escuchaba sacudiendo su cabeza con ligeros movimientos hacia atrás y hacia adelante. Con sus pies abrazaba una mochila. Parecía pesada. No apartó enseguida la mirada. Me miró divertida y me sonrió. Luego volvió a sumergirse en su pantalla, mientras yo también hacía lo propio expulsando mi pensamiento ausente al exterior del vehículo.

El tráfico era intenso y las calles ya no quedaban atrás con rapidez. Sin duda llegaría tarde al súper. Con suerte unos minutos antes del cierre.
Volví a mirarla y me sorprendió descubrir que allí seguían otra vez sus ojos. Me miraba, no había nadie más dónde yo estaba. Me sonrió y bajó de nuevo su atención al teléfono.
Mi mente ociosa me lanzó entonces la idea que debía hacer algo, y cuanto antes mejor. Todavía estaba lejos de casa. Tenía tiempo para prepararlo.
- Está bien - me dije sin articular sonido- lo haré. Pero solo para que no sigas insistiendo.

Hurgué en mi chaqueta y encontré una publicidad de una tienda de colchones. Por suerte estaba impreso a una cara y pude  escribir mi teléfono en el lado opuesto. Añadí un escueto "llámame". Observé el tráfico y unos segundos antes de llegar a una parada pulse el botón Stop. El autobús abrió la puerta, tiré mi nota con el teléfono al regazo de la chica y salté a la calle.
Se cerraron las puertas y el autobús se alejó. La chica me miró por la ventana, de nuevo entre confundida y divertida.

Miré la hora. Acababa de bajarme del último bus y todavía estaba a casi media hora de distancia de casa.
- Vaya cosa más estúpida acabas de hacer - me dije a mí mismo.
Tuve que volver andando. No pude hacer la compra. Cené algunas sobras y no pude preparar la comida del día siguiente. ¡Ah!, y tampoco me llamó nunca la chica del bus.

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