Víctori y la sala del Futuro

Las dudas de Víctori eran ciertamente razonables y propias de todo navegante. El desconcierto del futuro, la ansiedad provocada por ese incierto porvenir y el miedo a lo desconocido ya había leído en su manual que le asaltarían en un momento u otro del año que acababa de cumplir y, desde entonces, hasta su final irremediablemente. Era su 24 cumpleaños.

Víctori era un navegador de futuros alternativos con licencia de clase II para revisar posibles futuros de ciudadanos y entidades. Su licencia referida y clasificada bajo el tipo II significaba que solo podía ofrecer sus servicios a ciudadanos inferiores y entidades no gubernamentales. O sea, que solo podía trabajar para quienes tenían menos medios. Y esto no era por pereza, ya que anualmente durante los últimos veinte años se había estado presentando a las convocatorias para navegante de clase I, pero su intuición siempre dejaba algo que desear en las pruebas fácticas. Dicho así podía sonar a algo vergonzoso, pero Victori intentaba llevarlo de la mejor manera posible, con humor y cierta resignación. Sabía que no muy lejos estaba su oportunidad de ingresar en aquel grupo de élite: Navegador de Clase I, quizá no de forma inmediata, pero desde luego sí en un futuro cercano.

La navegación de un futuro alternativo originalmente era una actividad ilegal, que se ejecutaba de forma clandestina. Sus inicios se pierden en el tiempo, pero era sabido que se practicaba desde hacía al menos unos doscientos cincuenta años. Víctori era el primero de su generación que había conseguido una licencia de clase II sin estar asociada su familia a la casta de navegadores. Los navegadores de clase I eran agentes propiedad del Gran Gobierno que vivían en comunas y solo podían cruzarse entre ellos. Su índice de fiabilidad alcanzaba una desviación menor a un 1% de los acontecimientos esperados y gozaban de unos extensos privilegios y distinciones. Aunque para Víctori era un sueño entrar a formar parte de este grupo, no podía negar que su vida actual era bastante cómoda y agradable. Su trabajo era igualmente reconocido y respetado, y solo eventualmente estaba sometido al examen de algunos agentes para comprobar que sus capacidades seguían bajo control dentro de los requisitos impuestos a los navegadores de clase II. Entre estos requisitos no se estudiaba tanto su desviación, aciertos o errores, sino que se le daba mayor seguimiento a los clientes que acudían a él en busca de sus futuros alternativos. Lo cual desde luego, le liberaba de la mayor parte del estrés que se acumulaba durante las sesiones.
Pero eso estaba a punto de cambiar. Era el 12 de diciembre del año 2127.

Víctori buscó con la mirada respuesta a su alrededor, intentando recordar los consejos y las palabras que rondaban por su mente. No estaba seguro de la legalidad de lo estaba pensando, pero llevaba demasiado tiempo dándole vueltas como para desaprovechar la oportunidad.
Llevaba demasiados años repitiendo aquellos rituales como para dejarse asombrar otra vez por las paredes púrpura y la mesa del fondo con las flores y el jarrón pintados en la pared fingiendo que se apoyaban sobre el escritorio. Se acercó primero a la mesa, sacó una pequeña llave y abrió el único cajón que se escondía debajo de ella, en la parte central. De allí sacó la cajita de metal, pintada como los arcaicos plumieres que los niños habían usado en la antigua Tierra para ir al colegio, y sacó su cable de pensamiento. Ahora ya podía situarse en su posición habitual. Dio media vuelta y se dejó caer en la butaca azul del navegador guía que descansaba en el centro de la sala circular del futuro, justo frente a la otra butaca hoy vacía del viajero residente.

El cable de pensamiento, originalmente blanco con motas azules y rojas, indicativas de su antigüedad, o juventud en el “negocio”, no era un objeto baladí, y sí algo de extremada importancia. Se fabricaba con las propias venas y tejido cortado de diferentes partes del cuerpo de cada navegante y solo podía ser usado por él mismo. Como toda herramienta irreemplazable tenía un valor incalculable. El vínculo creado con él era difícil de explicar, aunque había quien creía que su uso no siempre había sido indispensable. Circulaba cierto mito que quería sugerir que, en realidad, los primeros navegadores habían hecho uso de sus capacidades de forma telepática y sin la administración de drogas. Pero, bien porque fueron aumentando rápidamente en su número, o bien porque pronto fueron reguladas sus actividades, muy temprano se empezó a usar dicho cable por algunos problemas de “interferencias” entre los navegadores que ofrecían sus servicios sin control alguno. Dichas interferencias se dice que provocaron locura y vacíos de mente irreparables en los primeros tiempos de los navegadores de futuro.
Pero fuesen ciertas o no estas habladurías, en realidad carecían de interés, porque ningún navegante serio se atrevería en el año 2127 a realizar un vuelo sin su cable de pensamiento o sus narcóticos autorizados que evitaban su implicación en las visiones de sus clientes.
Víctori conectó su cable de pensamiento a la clavija correspondiente y continuó con el procedimiento que tan bien conocía. Pulsó el tercer botón del apoyabrazos derecho del estropeado sillón imitación de terciopelo. Estaba tan viejo y roído que parecía que llevaba mil años siendo utilizado. Se abrió una puertecilla que le ofreció una pastilla trasparente y plana, casi parecía cristal. Se la acercó a la boca y la tragó acompasando una respiración tranquila y sosegada mientras repetía mentalmente la secuencia de imaginación: “cascabel, siete, melaza” eran las palabras que había elegido para aquel día. En realidad no era sino una rutina proteger los viajes por el pensamiento futuro con palabras aleatorias del libro de claves. Nadie podía penetrar las visiones de otro viajero, porque para ello se usaba el cable de pensamiento, la habitación púrpura, la mascota y las claves del libro del futuro seguro.
Todavía con los ojos cerrados, como siempre había hecho, y como debía hacerse, proyectó la imagen que deseaba que hoy le representase.
Normalmente era un ejecutivo con gabardina y gafas de sol, muy del estilo de las antiguas grabaciones o películas con los personajes que llamaban gánsters, pero no en aquella ocasión. Tenía ganas hacer uso no de sus recuerdos falsos del pasado, sino de su imaginación personal. Era un día especial y quería adentrarse por su fantasía. Así que se dejó imaginar cualquier ser con aspecto humanoide.
Como si se tratase de la ducha previa a la inmersión en una piscina, había estado, como era costumbre, vaciando su mente, orando en la sala del vacío mental, y la decoración de aquella habitación previa a la sala del futuro, que recordaba a los antiguos jardines y bosques, siempre le traía el mismo falso recuerdo de los animales y bestias que nunca había conocido pero que imaginaba que un día habitaron la antigua Tierra. Conocía las fotos y había visto un millón de veces todas las grabaciones disponibles como para no reconocer un ser de aquellos tiempos si alguna vez se le aparecía en sus viajes. Hoy quería algo diferente a cualquier ser conocido y por ello, quizá sin proponérselo intencionadamente, su mente imaginó una especia de hombre-animal, muy posiblemente irreal.
Sobre una apariencia de hombre, con su anatomía externa y extremidades, se imaginó con la piel acorazada formada por una especie de paneles superpuestos, como algún tipo de caparazón, de color rojo. Su aspecto era atlético, como un humano joven de su edad, pero el lugar del brazo izquierdo estaba ocupado por una especie de aguijón, algo así como la cola de un escorpión.
Quiso imaginar unas botas y ropa, pero no fue capaz de vestir aquella proyección, así que solamente imaginó una especie de pantalón corto que se alargaba por debajo de las rodillas. Terminado el diseño de su unidad de exploración ya estaba en condiciones de salir, o de entrar en la mente del paciente, o cliente. Pero aquella tarde todo iba a ser distinto.

Apenas se había tomado la pastilla trasparente, sus manos se cerraban en torno a su cintura formando la posición  establecida tipo “abrazo del sueño” cuando apareció en su mente Galatea.
- ¿En diablos te has imaginado? -le dijo-
- Hola – dijo intentando reconducir la conversación.
- No, no. Nada de “hola, ¿qué tal?” Estas horrible, casi asqueroso... ¿No te habías dado cuenta?
- Hola, Galatea. Quería presentarme con algo original, que nadie hubiese pensado antes.
- ¿Original? Yo más bien diría repugnante...
- Vale, ya capto que no es de tu agrado.

Galatea siempre adoptaba formas geométricas y viajaba tomando el color azul. A veces era un triángulo azul claro, una esfera azul cielo, un cubo azul gris, o un cono azul marino. Le encantaba el azul. Y eso que ni siquiera existía. Galatea era su dual, su mascota o compañera virtual. Cualquier otro navegante hubiese reprimido esa sensación de desagrado que hoy le mostraba, pero Víctori no era así. Para él, ella era casi su amiga. Él no era como todos, y el hecho de que a ella no le gustase el aspecto navegador que había elegido suponía un reto más que un motivo de preocupación. 

- ¿Y el residente? ¿Vas a empezar una sesión sin el residente? Ya sabes que eso no es reglamentario...
- No es eso -le dijo Victori-. Necesito pensar. Hoy no voy a necesitar tu compañía...
- ¿Qué diablos estás insinuando...? ¡Victori! ¡No te atrevas a visionar tu propio futuro!

Todavía estaba protestando Galatea cuando Victori ya estaba ajustando los niveles de control de su brazo izquierdo, su brazo real, el que todavía giraba en un abrazo sobre su estomago mientras continuaba sentado en el sillón azul de la sala del futuro. Subió los niveles de Calma y Soledad para que atenuar la presencia de su compañera. El viaje que pretendía iniciar no deseaba que nadie lo presenciase. No quería esa distracción, y pensaba que tampoco necesitaba ninguna protección para explorar su propio futuro.

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