Red Princess 1.1



Red Princess. Iª Parte. El último cigarrillo, 1

Salí corriendo del apartamento para no llegar demasiado tarde a la cita con Pati. Tenía tanta prisa por llegar que no me di cuenta que había elegido el camino del descampado, el que está justo a espaldas de mi edificio. Sí, en efecto era el camino más corto, o el más rápido, pero solía estar frecuentando por los críos del vecino, es decir, los graffiteros del barrio.
Tuve que volver un momento al presente, y fingir que no prestaba demasiada atención al escondite que usaban para guardar los botes de pintura que no estaban vacíos, mientras que intentaba esquivar los que sí lo estaban que corrían por el suelo. Lo último que hubiese deseado era mancharme la ropa con alguna pintada o spray.
Crucé tan rápido como pude el pequeño trecho que había hasta el local de moda del verano. Se trataba en realidad el mismo pub-bar de todos los años. El mismo dueño, el mismo segurata en la puerta, la misma música y los mismos camareros... Pero en su originalidad estival iban cambiando de nombre cada temporada, para confusión o diversión de los habituales que repetíamos año tras año en el mismo lugar. Este año habían elegido el original rótulo de “Baño”,-como lo oyen-, que proporcionaba un juego estupendo a la hora de citarlo para quedar en él.
Llegué al “Baño” casi a las 11 y media, algo pronto en realidad, pero a tiempo de coger un buen sitio cerca de la barra y al fondo del local. Allí era donde solía fumarme un cigarro mientras esperaba a Pati. Podría haberla recogido en la playa, pero era el último día que ella estaba allí y había querido que quedásemos directamente en el “Baño”.

II.
Llegó puntual, después de dos mojitos y medio, y el segundo cigarro que me estaba matando. Yo no fumo. De hecho odio el humo y el tabaco. Pero un cigarro queda estupendo en la mano cuando estás esperando a alguien. Sobre todo si es una chica guapa a quien no le va a importar porque ella también fuma. La vi avanzar con su minivestido rojo-rubí y me dedicó una enorme sonrisa. Por suerte vino sola, lo cual significaba que se había peleado con su prima, otra vez. Me alegré nadie sabe cuánto, porque la prima de Pati era una pesada de cuidado y siempre la hacía llegar más tarde de la hora convenida. Aunque parecían hermanas, -su parecido era increíble-, su prima era una estúpida. No se por qué, pero desde que ella nos presentó siempre tuve la sensación de que no le gustaba que Pati y yo nos viéramos todos los veranos.
Pati se acercó cruzando todo el local seguida de la mirada de todo el mundo. Ella ya era una chica guapísima, pero sus vestidos eran de esos que atraían por igual tanto las miradas de envidia como de lujuria. Saludé con un beso a Pati y le ofrecí que se sentase a mi lado. Aproveché el gesto para respirar tan profundamente como pude. Aquella chica olía realmente bien y aquello era algo para no dejar de admirar durante el horrible verano que estábamos sufriendo. Era increíble que todos a su alrededor estuviesen, -estuviésemos-, sudando, y que allí estuviese ella siempre impoluta, con su minivestido y un -aún más- diminuto bolso. No se bien para qué lo llevaba, porque era tan pequeño que apenas podían caber unas monedas.
Arrugó sus cejas preguntándome qué estaba tomando. La música sonaba tan alta que teníamos que comunicarnos casi a gritos. Luego le hizo un gesto al camarero pidiéndose otro mojito.
Estuvimos hablando durante varias horas, recordando cómo nos habíamos conocido, y los años que llevábamos quedando en aquel local. Pati además de ser una chica guapísima era lista, y además, era incluso simpática. Por supuesto tenía un increíble sentido del humor. Bromeando aquella noche le dije que parecía una princesa. Ella se río un buen rato y añadió “Una princesa vestida de rojo”.

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